martes, 12 de junio de 2012

Leviathán.



"¿Puedes tú sacar al Leviathán con un anzuelo, o sujetar con una soga su lengua? ¿Puedes ponerle un junco en las narices, o taladrar con una espina sus quijadas? ¿Te hará él muchas súplicas, o te dirá palabras blandas? ¿Celebrará un pacto contigo,  para que lo tomes por esclavo hasta tiempo indefinido? ¿Jugarás con él como con un pájaro, o lo atarás para tus niñas? ¿Harán banquete de él los compañeros? 
¿Lo dividirán entre comerciantes?  ¿Llenarás tú de arpones su piel,   o de dardos de pesca su cabeza?"

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Esta era una isla desierta en la que se estrelló un avión. Hubieron 200 sobrevivientes, y lo único que lograron rescatar del accidente fue una escopeta con muchos cartuchos. Y después de un tiempo de sangrientas peleas por controlar el arma, llegaron todos a un acuerdo: Cada año, los 200 se organizarían en grupos y participarían en un ejercicio de mayorías que diría quien tomaría la escopeta para dar ordenes al resto, mientras que los demás se dedicarían a recoger recursos y disponer de su propiedad, siempre que el de la escopeta lo permitiera. Y los ecologistas buscaban hacerse con la escopeta para obligar a sus hermanos a dejar de talar arboles, y los que eran economistas buscaban controlarla para obligar a todos a guardar víveres para la temporada de ciclones. Otros solo la querían para tener alcohol y orgías desenfrenadas, o para hacer que todos oraran y dieran gracias al señor por los alimentos recibidos. Y a la posesión anual de la escopeta, lo llamaron gobierno.

Y cada grupo creía que sus prioridades eran las únicas y verdaderas, de modo que cuando ganaban los ecologistas, jodían a los taladores, y cuando ganaban los taladores, jodían a los ecologistas. Y llegado el momento de elegir quien haría uso de la escopeta, los ecologistas decían que los taladores eran unos asesinos y gritaban "¡NI UN ÁRBOL TALADO MÁS!", mientras que los taladores decían que los ecologistas eran enemigos del progreso y gritaban "¡PONGANSE A TRABAJAR, MAMONES!". Se gritaban y empujaban, terminando muchas veces en golpes e incluso muertes que el gobierno de la escopeta en turno tenía que detener a balazos. Y lo llamaron campaña política.

Y no contentos con tener la escopeta y dar ordenes, a alguien se le ocurrió que, como apuntar y disparar era un trabajo agotador que no dejaba tiempo para nada más, el resto tendría que poner parte de su producción para alimentar al grupo con el poder de cada año, y como muchos no estarían de acuerdo en la manera como se usarían estos bienes arrebatados, lo mejor era hacer su pago obligatorio, y disparar o encerrar a los que se negaran a pagar semejantes despropósitos. Y lo llamaron impuestos.

Y hubo quien, en medio de una campaña política, se levantó e intentó hacer ver a sus hermanos lo que estaban haciendo. Entonces todos dejaron de golpearse y pararon un momento para explicarle a ese pobre diablo confundido que esa era la naturaleza humana, que la única manera de tratarse entre hermanos era apuntando uno al otro, porque el hombre es por naturaleza malvado, y necesita controles para no ponerse a robar, violar, y perecer entre ruinas. Y que si no estaba de acuerdo, era libre de pelear y gritar con los demás por el control de la escopeta para cambiar las cosas. Acto seguido dejaron de pelarlo y se siguieron madreando.

Y tras un tiempo ya era solo el grupo más mafioso, el mejor organizado, el que cada año obtenía el control de la escopeta, y lo usaba para enriquecerse y dar dádivas cuando los demás pobladores se mostraban demasiado inconformes. Y los pobladores entendieron que la única manera de usar el arma era unirse a alguna de las mafias y hacer campaña junto con ellas, para poder implementar en la isla las disposiciones que ellos consideraban justas. Y hubieron noches en que algunos de esos hombres, viendo en lo que se había convirtiendo su sociedad, tomaron una balsa para, en medio de la oscuridad, perderse en el mar, y no volver jamás. Y fueron llamados apátridas, egoístas y traidores.

Y los que se quedaron se dijeron civilizados, porque habían encontrado una manera de darle a todos la "oportunidad" de apuntar con la escopeta a sus enemigos, si juntaban los votos suficientes. En su infinita sabiduría, a la mayoría nunca se le ocurrió que lo mejor sería lanzar esa escopeta al mar y dejar que se hundiera y oxidara junto con el avión que los trajo a la isla, a nadie se le ocurrió que quizá el ser humano tenía la capacidad de resolver sus problemas bajo la premisa fundamental de que no había cañon en el mundo que pudiera darle a nadie el derecho a disponer de la vida y las propiedades de otros.

Y a ese sistema de animales explotando a animales, lo llamaron democracia, y celebraron que por fin el hombre había dejado de ser el lobo del hombre, y que todos eran hermanos. Y en medio de esa hermandad y amor al prójimo, ellos, que nunca aprendieron a distinguir la diferencia entre libertad y esclavitud, ni entre robo y comercio, ni entre ley y derecho, ni entre hombre y animal, fueron uno a uno pereciendo entre las ruinas. Y el último de ellos sostuvo la escopeta y, en un último acto de rebelión contra la existencia, hizo un disparo al sol, y maldijo al ser humano por su incapacidad para vivir en sociedad.

Tras caer muerto el último de ellos, aquella sociedad de caníbales y parásitos tuvo por fin la libertad que merecía: la libertad del sepulcro. El mar empezó a hervir, del cañón de esa escopeta salió el Leviathan, y dejando atrás las ruinas y cadáveres, se arrastró de vuelta al mar.


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