lunes, 1 de junio de 2015

Socialismo y Crisis en la Roma de Diocleciano (Parte II)


En la entrada anterior presentamos la situación que atravesaba Roma cuando Diocleciano llegó al poder. Recuerde el lector que no estamos hablando ya de la Roma invencible y grande de las historias, sino del imperio en sus últimos años, totalmente colapsado debido a sus propias contradicciones y estrangulado a muerte por su propia aristocracia podrida. La moneda no valía ya nada, los precios escalaban sin parar, los pequeños y medianos propietarios, alguna vez trabajadores libres, perdían sus tierras a manos de los terratenientes. Los impuestos eran más altos que nunca, pero la recaudación estaba por los suelos.

Roma enfrentaba una crisis productiva, monetaria, militar, moral, y se requerían no menos que unos cojones de acero para tomar las riendas en medio de ese monumento colapsando. Diocleciano los tuvo, y por ello la historia lo honró con el título de el último gran emperador romano. Y no es que le alcanzaran para salvar a Roma de la destrucción, pues a esas alturas del partido ya no había fuerza en el mundo capaz de evitar la caída del imperio, y el lo sabía muy bien. Roma ya no era ni siquiera un lobo moribundo, sino un cadáver en avanzado estado de descomposición. Parte de la genialidad de Diocleciano consistió en darse cuenta de ésta situación, y derivado de ello, hizo lo mejor que se podía hacer en esas circunstancias: le echó cal.

Las reformas de Diocleciano.


Muchos fueron los edictos y leyes que Diocleciano decretó para poner un poco de orden en medio del caos (un orden de cementerio, como ya dijimos, pero orden al fin). Algunos de esos decretos tuvieron más éxito que otros, pero bueno, el premio al esfuerzo ahí está. Veamos sólo algunos.

Edictum De Pretiis Rerum Venalium

El edicto sobre precios máximos, edicto sobre precios, o simplemente edicto de Diocleciano fue el nombre de la norma promulgada por éste que regulaba los precios de ni más ni menos que 1300 productos, así como los salarios asociados a cada oficio que se dedicaba a producirlos. Pues sí, los controles de precios no los inventaron los socialistas. En eso también nos ganaron los romanos. y como las izquierdas bananeras modernas, este edicto estuvo motivado por un problema bien claro: la inflación.

Las escaladas de precios han sido el quebradero de cabeza más antiguo de los gobiernos, y las soluciones intentadas no podrían ser más variadas. En particular, la propuesta de Diocleciano ya se había intentado muchas veces antes, pero jamás de una manera tan masiva y minuciosa. Ya sabemos cómo funciona el razonamiento, personajes como Maduro, presidente de Venezuela, nos lo puede explicar muy bien: Si los granjeros avariciosos están aumentando el precio del trigo, bastaría que decretaras un precio máximo del trigo para acabar con la inflación, ¿verdad?... ¿verdad, amigos?

El problema de éstas leyes es que tanto productores como consumidores tienen grandes incentivos para no respetarla. Claro que en esa época había cojones y la pena por violar ésta norma era ni más ni menos que la muerte, con lo que dicha ley se respetó mucho más que ahora. ¿Y dejaron de aumentar los precios? Pues sí, la inflación se controló un poco, más que nada porque los productores, ya no pudiendo obtener ganancia por la venta de sus productos, y teniendo que escoger entre morir por violar el edicto y morir de hambre, pues la mayoría decidió morir de hambre. La inflación se fue para dar lugar a la escasez, y la escasez, finalmente, dio origen a un mercado negro, aquel donde personas totalmente fuera de la ley vendían trigo en algún oscuro callejón a precios 10 veces más altos que los oficiales, pero que al menos les daba tanto al vendedor como al comprador la posibilidad de sobrevivir un día más (si es que no los descubrían, por supuesto). Al final, el edicto sobre los precios no tuvo los efectos que Diocleciano esperaba y se convirtieron en letra muerta.

Sobre los impuestos.

La caída de la recaudación que comentamos anteriormente no estuvo motivada solo por la pobreza generalizada. Estaba también el problema de la devaluación masiva de la moneda, pues no pudiendo comprar con los denarios ni el papel para limpiarse el culo, ¿de qué le servía al recaudador cobrar los impuestos en ésta moneda? Precisamente porque las necesidades recaudatorias seguían ahí y la moneda ya no podía ser usada para estos fines, fue que comenzaron las medidas confiscatorias de las que hablamos antes: el recaudador entrando directo a la cocina a tomar lo que quería sin tener que rendir cuentas a nadie.

También en esto tomó cartas el emperador, esta vez con un poco más de éxito. Sabiendo bien que la propia moneda del imperio estaba muerta, Diocleciano formalizó la situación y dictó una serie de normas que calculaban cuánto debía pagar cada ciudadano en términos ya no de denarios (u otras monedas), sino de gallinas, grano y demás productos. Los ciudadanos pasaron a pagar como impuesto un porcentaje de aquello que ganaban o producian. Los funcionarios iban a la granja de manzanas, contaban el número de árboles y le decían cuántas libras de manzanas tenía que entregar al fisco a fin de mes. A continuación iban con el productor de trigo, medían las hectáreas de tierras cultivables así como la cantidad de lluvia y fertilidad de la tierra y le decían cuánto trigo debía entregar. No hace falta decir que se necesitó un censo masivo de todas las propiedades y riquezas de roma, pero al menos esto ayudó a poner un poco de orden (y eliminar un poco la discrecionalidad) en el cobro de los impuestos. Dado que los legionarios y funcionarios tenian, en general unas necesidades bien identificadas, al imperio le resultaba más sencillo calcular sus necesidades en términos de los recursos que necesitaba para mantener al ejército, la burocracia y los edificios, de modo que pudo establecer cargas más razonables a los productores. Por otra parte, el saber exactamente qué tendrían que entregar le dio a los ciudadanos un pequeño respiro, comparado con la situación anterior de confiscación ad hoc.

Ligados al trabajo.

El problema de la iniciativa privada, en todos los gobiernos de todas las épocas, es que no se puede mantener quieta. Para cada producto había sido ya calculado un precio y de éste modo las ganancias del productor quedaban irrevocablemente ligadas a éste. El problema es que los precios seguían cambiando, de modo que cuando al productor ya no le resultaba económicamente atractivo seguir produciendo para vender bajo los precios controlados, éste simplemente abandonaba su taller y se largaba a mitad de la noche. ¿Solución? Ligar a las personas a su trabajo.

Diocleciano decretó que cada persona quedara permanente e irremediablemente atada a su puesto. Más aún, los propios hijos debían aprender el oficio de sus padres y heredar su puesto cuando esté llegase a faltar. Si eras un agricultor, lo seguirías siendo por el resto de tu vida, así como tus hijos, y los hijos de tus hijos, y los hijos de los hijos de tus hijos, y los... bueno, se entiende la idea. Especialmente el campesino fue ligado a su tierra, lo que fue la base del sistema económico que sustituiría el vacío que dejó Roma durante los mil años siguientes: había llegado el siervo de la gleba, ese que no podía huir de su feudo porque no encontraría trabajo en ningún otro lugar (si es que no lo encontraban y mataban primero).

Diocleciano... ¿el emperador socialista?

Control de precios y salarios, combate a la especulación y el acaparamiento, economía planificada... muchos socialistas creen que lo suyo es una idea nueva, que ellos fueron la primera generación de administradores que tuvieron que lidiar con problemas como la hiperinflación y el acaparamiento y que dichos problemas son siempre responsabilidad de la burguesía capitalista. Pero como ya hemos visto, nada mas lejos de la realidad. Desde luego, el socialismo como concepto es muy nuevo (al igual que el concepto de capitalismo), y al igual que pasó con el periodo proto-capitalista de la Roma de Augusto (del que ya hablamos en una entrada anterior), Diocleciano no tomó medidas basadas en ideologías o simpatías, sino en lo mejor que pudo hacer de acuerdo a su propio juicio. Los antecedentes, sin embargo ahí están, y las causas y efectos de las distintas medidas también, para cualquiera que tenga el interés en aprender de la historia.

El último gran emperador romano.

Pues sí, Diocleciano estableció controles de precios y ligó a la gente a su trabajo, mejoró lo poco que podía el sistema de impuestos y la gente pudo gozar de un breve periodo de paz. Sin embargo, la caida de Roma (hecho histórico que se usa para marcar el fin del periodo clásico y el inicio de la Edad Media) llegó apenas 200 años después de la muerte de Diocleciano. Considerando que Roma duró unos buenos 1200 años desde su fundación hasta su caída final, tampoco parece que haya sido un gran logro. Entonces, ¿por qué le llamaron a Diocleciano el último gran emperador romano?

Bueno, para empezar y como ya dijimos, no se iba a encontrar en todo el imperio una roca lo suficientemente grande como para poder esculpir en tamaño real los cojones que tuvo al tomar las riendas del imperio de la manera como los tomó. Los emperadores blandengues que llenaron los capítulos finales de la historia de Roma no solo tuvieron finales rápidos y patéticos, sino que provocaron innumerables muertes y miseria debido a su incapacidad para manejar la economía de un imperio en contracción. Emperadores débiles generaron guerras civiles, purgas, invasiones y saqueos.

Diocleciano, al menos, tomó su oportunidad y le dio a Roma un último breve periodo de paz, uno lo suficientemente tranquilo y estable como para meter el cadáver del imperio en un ataúd, cerrarlo muy bien y enterrarlo definitivamente. La mayor aportación de Diocleciano a la historia fue el haber podido establecer, de una manera más o menos organizada, las bases económicas para que el feudalismo reemplazara al modelo inservible del periodo clásico. Más aun, tras 21 años de ostentar el título de emperador, Diocleciano abdicó y dejó el imperio en manos de un sucesor, algo totalmente anormal para los emperadores de esa época, que hacían lo que fuera por obtener el poder, ya no digamos conservarlo. Por otro lado, a Diocleciano nunca le interesó ser quien dirigiera las cosas tras bambalinas, a tal grado que cuando sus hijos fueron a visitarlo en la finca donde él pasaba su retiro, con el fin de pedirle volver a la vida política, Diocleciano respondió

Si pudieras mostrar la col que yo planté con mis propias manos a tu emperador, él probablemente no se atrevería a sugerir que yo reemplace la paz y felicidad de este lugar con las tormentas de la avaricia nunca satisfecha.

Diocleciano no solo alcanzó el logro de haber dejado al imperio mejor de lo que lo encontró (algo extremadamente difícil en la época que él vivió), sino que tuvo además el honor de ser uno de los pocos emperadores en la época tardía del imperio que moriría en la comodidad de su cama y a muy avanzada edad.