martes, 16 de abril de 2013

Buscando a Dios, se encontró a si mismo.


La naturaleza transforma, pero no crea nada. Son los Dioses los que crean, los que pueden tomar algo totalmente amorfo y aleatorio, y darle una forma y un propósito. El Dios crea y transforma. Levanta estructuras infinitamente mas grandes que él mismo, e infinitamente más pequeñas. La naturaleza nunca es consciente, es el Dios el que adquiere consciencia, de sí mismo y del universo que le dio forma; el que desentierra sus propias leyes, y cambia su propia esencia. La naturaleza no puede conquistar nada, porque ya lo permea todo. El Dios conquista, se expande, lleva con él su naturaleza divina y sus propositos, sembrando vida, y orden. La naturaleza no toma decisiones, ni tiene que lidiar con las consecuencias de sus acciones: es amoral. Son los Dioses los que hacen elecciones, los que deciden cargar con su conciencia, y con sus decisiones. El Dios reconoce que no hay un juez superior a él, que se debe juzgar a sí mismo: por eso es un Dios. Sabe que no hay Dioses más grandes que otros, y por lo tanto, cuando en medio de su soledad tiene la fortuna de encontrarse con un semejante, lo trata como si fuera su hermano, como si fuera él mismo.

Todos nacemos siendo Dioses, pero cargar con dicha naturaleza es difícil, es muy, muy difícil. Al final, la mayoría moriremos como simples humanos. Pero los que lucharon, los que no se rindieron, ellos conseguirán su característica final, la que todo hombre invariablemente ha terminado por asociar a lo divino: la inmortalidad. Ellos nunca se van, porque sus creaciones, sus ideas, esas se quedan.


     

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