domingo, 2 de enero de 2011

Para lo que sirve el cacharro.

Tienes que aprender de algún tema, así que al día siguiente vas y consigues uno de esos aparatos diseñados especialmente para leer, esos que tienen tinta electrónica y toda la cosa. Oyes hablar de uno que tiene un buen rato en el mercado, el i-wey (sí, es de Mac), y al parecer toda la gente se muere por tener uno, asi que vas y lo compras (pagando su precio en oro).

Lo primero que hace el i-wey es que después de cargarle el primero de los libros que ibas a usar para estudiar, se bloquea y no deja meterle ninguno más. Tampoco te deja sacar el que ya le metiste, excepto si lo envías a servicio técnico, que al estar en Taiwan se quedará un rato, digamos, medio año. Si el libro era bueno puede que rescates algo, si el libro no te gustó, mala suerte.

Vale, aún lo quieres usar, así que lo enciendes, y lo primero que hace el trasto es preguntarte a que hora y que días de la semana lo piensas usar, y una ves hecho esto, no podrás cambiar la configuración. El aparato se encenderá a la misma hora de siempre, los mismos días de la semana, funcionará un rato y se apagará.

Sientes ganas de terminar con esto, pero quieres ver por qué es tan bueno así que modificas tu agenda para estar listo cuando el aparato se encienda, aunque tampoco resulta muy útil. El muy maldito no te permite navegar por el libro como tu elijas. En lugar de eso el aparato va avanzando a lo largo del texto, al estilo intro de Star Wars. Puedes pausarlo durante un minuto o incluso regresarlo un par de párrafos, pero nada más. Se pone peor. A veces el i-wey se salta párrafos, has notado en un par de ocasiones que altera el escrito y no muestra bien los resultados. De pronto empieza a avanzar muy rápido en la lectura y a veces va demasiado lento. Algunos capítulos que resultan útiles los trata solo en parte, mientras que a otros temas que te parecen triviales le dedica un tiempo excesivo.

Día a día el trasto te aburre más. Una semana lo dejaste arrumbado (lo que no evitó que prendiera igual y siguiera avanzando en el texto) y cuando regresaste no sabías que diablos estabas leyendo. De todos modos a estas alturas decidiste que ya habías tenido suficiente. Si lo conseguiste a precio de ganga probablemente no te duela tanto abandonarlo. ¡Pero espera! al día siguiente te llaman por teléfono y te dicen que Mac es la única empresa que expide constancias y que si quieres una para el tema del que quieres ser un experto tendrás que chutarte el i-wey... ¿!QUE QUE!?

De pronto despiertas, sólo fue un sueño. Estas de vuelta en el mundo real, con bibliotecas e internet, con la posibilidad de aprender a tu propio ritmo, de dejar un rato el estudio si te sientes cansado, de continuar en la madrugada si así lo prefieres, de poder revisar en la red un tema, y otro, y luego otro más. Aprendizaje hacia todas las direcciones que quieras, aprendizaje personalizado e ilimitado. De vuelta en la aldea global, eres realmente una persona afortunada.

Entonces comienzas a prepararte para ir a tus clases, y mientras lo haces, no puedes evitar caer en la cuenta de que las clases y el i-wey son tan, tan parecidos...

2 comentarios:

  1. La expresión es "su peso en oro", Mame, darling.

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  2. Dije lo que quise decir, amable lector. Resulta que en este mundo onírico e incoherente los chicos de Mac te cobran sus productos en oro, así que efectivamente pagaste su precio en oro. Y gracias por concentrarte en la sintaxis en lugar de las profundas implicaciones filosoficas de la presente entrada.

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