lunes, 22 de julio de 2013

El verdadero poder del voto.


Todos hemos oido hablar de la tercera ley de newton, cuya belleza reside en su simplicidad: a toda acción corresponde una reacción de la misma magnitud y sentido opuesto. Se pueden hablar mucho más de ello, se pueden agregar fórmulas, hipotesis adicionales, etc. Pero eso ya es trabajo de los físicos, porque en lenguaje arcano, es basicamente eso.

Pensemos un poco en las implicaciónes de dicha ley: nos dice que no puedes obtener grandes resultados con poco trabajo. Que si quieres, por ejemplo, destruir una casa, entonces te costará muchísimo trabajo. Bueno, puede no costarte trabajo, por ejemplo, si tiraras una pequeña bola de nieve desde la cima y colina abajo, esta podría crecer y obtener fuerza suficiente para destruir una casa que se encuentra en la base de la montaña. Pero aqui estamos obviando el trabajo previo, por ejemplo, el que nos costó subir hasta allá, o el de llevar toda esa nieve a la cima. Dicho trabajo lo hizo la naturaleza poco a poco, pero a fin de cuentas, alguien tuvo que hacerlo para que fuera para nosotros tan simple como dar el impulso inicial a esa pequeña bola de nieve. Si lo intentaramos varias veces, tarde o temprano nos quedariamos sin nieve, de modo que a partir de ese momento nos volvería a costar muchisimo esfuerzo tirar una casa.

El punto es que, salvo esos casos donde algo o alguien ya hizo la mayoría del trabajo y solo es cuestión de poner la maquinaria en marcha, en general para obtener grandes resultados es necesario invertir una cantidad equivalente de tiempo, energía, dinero o esfuerzo mental. Imaginemos que estamos en una isla desierta, ¿cuanto tiempo y trabajo tendríamos que gastar para tener seguridad alimentaria? ¿o para tener una cassa? Probablemente, requeriría un esfuerzo constante cada dia de nuestra vida. Y es que la seguridad alimentara o la posesión de un hogar es algo muy importante, y por lo tanto, es natural que requiera mucho esfuerzo conseguirlo.

Ahora pensemos en lo que podemos obtener de la siguiente acción: tomo un papel, escribo un tache en él, y lo deposito en una urna. No es mucho trabajo que digamos. Si quisiera obtener, por ejemplo, un salario haciendo dicho trabajo una y otra vez durante ocho horas diarias (suponiendo que alguien tuviera interes en pagarme por hacer tal cosa), en el mejor de los casos apenas obtendría suficiente para sobrevivir (excepto si fueras una persona muy importante firmando autografos, pero otra vez, estariamos obviando el trabajo previo que costó llegar a ser famoso). Ya ni hablemos de lo que podriamos conseguir haciendolo una vez cada seis años. Realmente, es una acción tan simple, irrelevante, y que requiere tan poco esfuerzo, que solo un necio consideraría que puede lograr algo útil con eso.

Bueno, dejenme hacer una corrección: solo un necio, y un demócrata. Porque el demócrata te dirá que cuando el papelito es una boleta electoral, y la urna en particular es una urna de votación, todo cambia. Entonces puedes obtener grandes cosas con tan poco esfuerzo. ¿Recuerdas el trabajo que te costaría una vivienda en la isla desierta? Pues olvidalo, porque ahora todos podemos tener seguridad alimentaria, seguridad física, derechos, vivienda y trabajo digno, etc, etc, etc, y solamente teniendo que depositar un papelito en una cajita cada seis años. Mola, ¿eh?

El democrata, desde luego, te dirá que no es así. Porque no solo estas votando, sino que también estas trabajando duro para el gobierno al que votas. Eso sin duda es cierto: actualmente a nivel mundial la gente debe pagar en promedio la tercera parte de su salario al Estado (de una manera u otra), esto quiere decir que el papelito en la urna realmente es como cuando pusimos esa pequeña bola de nieve en movimiento, el resto lo hizo nuestro trabajo duro. Trabajamos la tercera parte de nuestra vida laboral para hacer posible la democracia, ese es el trabajo previo.

El último razonamiento suena muy bien, pero hay un problema: en las dictaduras también pagas tus impuestos, en las dictaduras también trabajas una buena parte de tu vida para el Estado. Durante toda la historia, el ser humano ha trabajado (en algunos casos más que otros) para mantener una maquinaria que no suele regresar mucho al ciudadano común. Entre la Alemania Nazi y nuestro ideal de democracia hay un mundo de diferencia, y sin embargo, los dos sistemas tienen algo en común: el tiempo de nuestra vida que todos tuvimos que dedicar a mantener al Estado (en la Alemania nazi, de hecho, también votaban).

De modo que eso no puede ser la diferencia entre un sistema y otro. Podriamos decir que la diferencia es no tanto lo que el Estado nos quita, sino cómo lo usa. Eso tiene sentido: el Estado podría usar los recursos para construir hospitales en lugar de camaras de gas, pero ¿por qué habría de hacerlo? Requeriría una cantidad enorme de esfuerzo el hacer que un gobierno deje de matar gente para que empiece a proteger gente (o al reves). En el caso de Alemania, se requirió una guerra mundial, una Europa devastada y más o menos 60 millones de muertos para transformar la Alemania nazi en el sistema preocupado por sus ciudadanos que es hoy. Fue un costo altísimo, sin duda alguna.

Así que seguimos con el mismo problema: si todos los gobiernos, buenos o malos, trabajadores o flojos, respetuosos o invasivos, todos tienen en común los impuestos (y en muchos casos, también el voto), entonces lo que haga la diferencia entre uno y otro, lo que cambie al gobierno malo por uno bueno, tiene que venir de otro lado. Si no queremos vivir en una dictadura, entonces todos debemos trabajar mucho (aparte de lo que ya pagamos de impuestos) para poder lograrlo. O eso supondría uno. Y sin embargo, el democrata insiste en que no hace falta trabajar extra, que ya que el gobierno tiene todo ese dinero, incluso siendo un gobierno malo, aquella acción de tachar un papel nos va a traer todo lo demás: libertad, igualdad social, felicidad, honestidad y amor. Quizá no si ya llegamos al nivel de un gobierno genocida, dicen, pero sin duda alguna para un gobierno corrupto pero medianamente respetuoso como el nuestro. Las cosas más importantes de la vida, a cambio de un esfuerzo ínfimo.

Pues bien, yo no sé como alguien puede pensar en serio tal cosa. No imagino cómo alguien honestamente puede decir "eh, que sí, que este pais va mal, pero va mal porque muchos no votan. Si votaran, entonces las cosas serían distintas". Es decir, joder, estamos hablando de depositar 60 millones de papeles en no sé cuantas cajas, cada 6 años. Si calculamos cuánto esfuerzo es eso, las cuentas, simplemente, no salen. ¡Es que no salen! Que si, amigos demócratas, que yo sé que tienen toda una rocambolesca teoría sobre cómo el voto actua para mejorar paulatinamente el sistema, tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero algun día. Pero la realidad es que la energia invertida no les va a dar para mucho. Acción y reacción, se llama. Una cosa a tomar en cuenta las próximas elecciones.

Que sí, que subir eso hasta allá arriba te va a costar  más que un voto.

martes, 2 de julio de 2013

Bodenheimer sobre la anarquía.


En su libro Teoría del Derecho, Edgar Bodenheimer ofrece una introducción amena y clara sobre la historia y teoría de las distintas fuentes del derecho, tema del que ya hablamos largo y tendido en entradas anteriores. El libro me pareció una delicia (la gente insiste en que estoy siendo sarcástico, pero les juro que no es así), y lo considero una lectura recomendada para todos aquellos interesados en tener nociones básicas sobre un tema tan interesante como lo es la filosofía detrás de la ley. Me pareció muy mal, sin embargo, que de las 400 páginas del libro, le dedicara solamente dos de ellas a la anarquía, de modo que en esta ocasión quiero tomarme el tiempo de revisar con un poco de detalle un par de fragmentos que Bodenheimer escribió al respecto.

Comienza el autor diciendo:

La anarquía significa una situación social en la que se da a todos los miembros de la comunidad un poder ilimitado. Donde impera la anarquía no hay reglas coactivas que todo individuo esté obligado a reconocer y obedecer. Todo el mundo es libre de hacer lo que quiera. No hay Estado o gobierno que imponga límites al ejercicio arbitrario de ese poder.

Resulta gracioso que un destacado teórico del derecho conserve la visión de primaria de la anarquía (en esencia, una guerra salvaje de todos contra todos). Para empezar, es falso que todos los miembros de la comunidad tienen un poder ilimitado. Por simple lógica, el poder que cada persona u organización tiene, sea cual sea el sistema, es siempre limitado, bien por la propia naturaleza, o porque dicho poder inmediatamente chocará con el poder de otro, de manera que hablar de "poder ilimitado" resulta tramposo. Si bien es cierto que en la anarquía no hay reglas coactivas hechas para todos los individuos (recordemos que coacción significa iniciar la violencia contra otra persona para que esta actue de cierta manera), de esto no se puede concluir que cada quién es libre de hacer lo que quiera. Bajo anarcocapitalismo, si dañas la propiedad de alguien, tendrás que pagar una compensación o arriesgarte a las consecuencias. Bajo anarcocomunismo, si actuas en contra de las reglas generales de la comunidad, te arriesgas a dejar de recibir el apoyo de los demás miembros de la comunidad o de plano a ser expulsado. El hecho de tener que responder (de un modo u otro) por tus acciones significa que no eres libre de hacer lo que se te antoje, a pesar de que no hayan reglas coactivas que te obliguen a actuar de un modo u otro. Quizá convenga ejemplificarlo con una situación trivial pero ilustrativa: si vas a una fiesta, no hay gente armada o con un garrote obligando a la gente a comportarse. Se espera de cada invitado un mínimo respeto hacia el anfitrion y hacia las demás personas, y la gente en general acata las convenciones sociales porque el castigo por no hacerlo es la desaprobación y el ostracismo. En una fiesta no hay reglas coactivas, pero no por eso la gente va y se caga en el jardín del anfitrión.

Es extremadamente improbable que la eliminación total del Estado produjese una libre y aromoniosa cooperación entre los hombres. La naturaleza humana no tiene las características que le atribuyen los anarquistas colectivistas, y no tenemos motivo alguno para suponer que pueda cambiar radicalmente. La convicción de Spinoza de que en un estado de anarquía cada individuo trataría de extender su poder hasta donde le fuera factible y habría, por ende, de chocar con otros individuos, está más cerca de la verdad que cualquier creencia en la bondad inherente de la naturaleza humana. Spinoza supone con razón que el resultado final de una situación anárquica sería un régimen político en el que habría de surgir como conquistador un hombre que establecería su dominio sobre los demás.

Aqui el problema es que solo habla de anarcocomunismo sin considerar cualquier otra variante del anarquismo. Es en efecto extremadamente difícil que un sistema sin propiedad privada pueda funcionar de manera armoniosa, pero esa no es la única propuesta de anarquismo. Existen ejemplos históricos de sistemas de propiedad privada sin gobierno que han funcionado de una manera mucho más pacífica que sus vecinos estatistas. Al lector interesado en algun ejemplo sobre este aspecto, se le invita a revisar este artículo, sobre cómo la expansión hacia el Oeste en Norteamérica avanzó mucho más rápido de lo que el propio gobierno podía expandirse, lo que dio lugar a sistemas de ley y seguridad privada, esto es, anarcocapitalismo.

Por otro lado, hay que dejar claro que la anarquía no transforma mágicamente una sociedad violenta y carroñera en un conjunto de individuos ordenados y pacíficos. Cuando la sociedad está convencida de que necesita un gobierno, y este desaparece, lo único que pasa es que inmediatamente surgen facciones que luchan por formar uno, que es, básicamente, lo que está pasando en Somalia (donde actualmente no hay gobierno, pero sí varias mafias intentando llegar al poder). La anarquía es un sistema que bajo ciertas condiciones puede funcionar, condiciones que, en mi opinion, no se dan todavía en ningúna nación del planeta. Pero esto no quiere decir que nunca será posible, o que requeriría un cambio radical en la naturaleza humana. La humanidad no habría podido abolir la esclavitud hace dos mil años, de modo que en esa época hubo toda clase de pensadores que, al igual que Bodenheimer hace con el Estado, defendieron la esclavitud como un orden natural, y afirmaron que la naturaleza del hombre no era tan noble como para intentar aboliar ésta práctica. Pero la sociedad evoluciona, y el esclavismo, que era una cosa absolutamente común y natural hace apenas 300 años (como lo son actualmente los gobiernos), hoy es vista como una aberración.

En cierta forma no se puede culpar a Bodenheimer por ver con recelo la idea de anarquía. Un poco de investigación revela que se vió obligado a huir de Alemania con el ascenso del nazismo y de hecho fue invitado a tomar parte en los juicios de Nuremberg debido a su alto grado de conocimiento de las leyes nazis. No sorprende que su propia experiencia le mostrara lo peligroso que puede llegar a ser un sistema legislativo que no está perfectamente balanceado con toda clase de contrapesos e instituciones que se vigilan constantemente unas a otras. A menudo nuestro propio contexto histórico nos llena de prejuicios de los que es muy difícil desprendernos, de modo que no sorprende que cuando llegó el momento de hablar de anarquía, el autor simplemente hiciera a un lado la idea sin más miramientos.

Un estudio teórico cuidadoso de la ley sin gobierno requiere no solamente conocimientos de teoría e historia del derecho (como sin duda los tenía Bodenheimer), sino también (y quizá más aún) de conocimientos sólidos de economía y praxeología. En ese sentido, la escuela austriaca de economía estuvo siempre en mucha mejor posición para hablar de los sistemas de ley privados sin necesidad de recurrir a prejuicios e ideas preconcebidas o heredadas por contexto. Al final, sea o no adecuada o posible la ley bajo anarquía, una cosa sí es segura: requieres mucho más que dos páginas para llegar a una conclusión que pretenda ser acertada.