domingo, 10 de febrero de 2013

Yo en anarquismo y sin mi navaja.


Una objeción común cuando debato con alguna persona sobre la el anarcocapitalismo (no confundir con anarcocomunismo, por favor) es esta: que en una sociedad sin ley no podría haber una convivencia básica que garantizara la estabilidad y el progreso, haciendo la vida en sociedad un infierno. Si bien se entiende que las personas cometan el error de juzgar que es lo mismo ley que gobierno, dicho argumento no deja de ser un ataque al hombre de paja. Resulta increiblemente difícil hacer entender a las personas que no es lo mismo ley que gobierno, que son dos cosas que, aunque estan intimamente relacionadas (en parte gracias al positivismo jurídico que tomó fuerza a partir del siglo XIX), pueden existir una sin la otra. 

Hace ya algunos ayeres tuve la mala fortuna de que un taxista irreflexivo invadiera bruscamente mi carril en un intento de parar para subir pasaje, lo que provocó un choque entre mi vehículo y el suyo. La culpabilidad del taxista fue tan evidente que no intentó negarlo ni discutir ese aspecto. En lugar de eso, intentó convencerme de que no llamara a mi seguro (alegando que se iba a tardar mucho, y otras cosas que ya no recuerdo). Supongo que el tio no tenía licencia de conducir, lo que lo iba a meter en un gran problema. Eran cerca de las 09:00 pm. Ahora yo me la paso jodiendo con que es posible (y deseable) un sistema de ley privada y arbitraje privados, de que no es necesario ir con un gobierno como niños chiquitos para zanjar los conflictos, y que entre particulares se puede llegar a acuerdos, siempre que no haya mala fe de por medio, ¿cierto? Así que pensé: "si en este conflicto terminas llamando al seguro, que tiene la ley y el poder estatal de su lado, entonces eres un hipócrita". De modo que decidí que este asunto se iba a resolver entre particulares, sin recurrir a gobiernos ni empresas aseguradoras, y sin más armas que el honor y la razón. Anarquía, pues.  

Lo primero que propuso el taxista fue que lo llevara al día siguiente a un taller de hojalatería de su asociación de taxis, donde me repararían sin costo el golpe. Le señalé que no tenía garantía alguna de que al día siguiente su taller no desconocería al taxista y para ese momento ya no tuviera manera de contactarlo. Me dio su palabra. Le dije que no suponía mala fe de su parte, pero que tampoco podía suponer que actuaría de buena fe, de modo que su palabra no me bastaba, y que no me le iba a despegar ni a él ni a su vehículo antes de quedar este asunto resuelto satisfactoriamente.

A continuación me propuso pagarme el golpe en efectivo, una idea mucho más razonable. El problema es que yo no tenía idea de cuánto valía el golpe. Él me dio su estimación. Le dije que no podía ser juez y parte en el conflicto, y le propuse que una tercera persona aceptada por ambas partes evaluara el golpe, y que esa cantidad me pagara. El taxista señaló que a esta hora no ibamos a encontrar hojalateros abiertos, pero que no muy lejos había un taller de hojalatería donde trabajaba un conocido suyo. Acepté que dicha persona arbitrara para nosotros, con la condición de que si la cantidad que ofrecía me parecía a todas luces poco razonable, llamaría al seguro y que pasara lo que tuviera que pasar. Durante todo el trayecto, llevé siempre al taxi delante mio.

Llegamos al lugar, donde despertaron a su amigo y le pidieron que evaluara el golpe. Éste dio una estimación de mil pesos. El taxista propuso, una vez más, que el carro se quedara allí donde sería reparado, pero me negué de manera terminante. Le propuse que acabáramos con esto pagando el golpe en efectivo. El taxista, mostrandose claramente molesto, aceptó el trato, fue a su vehículo, sacó mil pesos en efectivo, y me los dio. De esos mil, le di 50 pesos al hojalatero en pago por su servicio de arbitraje, el conflicto quedó resuelto y en ese momento cada quién tomó su camino.

Los libertarios no suponemos que las personas son honorables, virtuosas, honestas, inteligentes o bien intencionadas; es indudable que si hubiera dejado ir al taxista bajo la promesa de que me pagaría el golpe después, no habría vuelto a saber de él. Pero eso no impidió que se llegara a un acuerdo, aceptado por ambas partes. Durante el proceso se recurrió a un servicio privado de arbitraje (el hojalatero) para que diera un veredicto (el monto del daño) y se cumpliera una ley (el acuerdo mutuo de aceptar los resultados del juicio). Todo el proceso tardó menos de una hora. ¿Como se habría desarrollado esta historia si en lugar de un servicio de justicia privada hubiéramos ido al Ministerio Público? 

Me parece una cosa lamentable esa idea de que ley=gobierno. Pensemos en todos los pequeños y grandes conflictos en los que nos hemos visto envueltos a lo largo de nuestra vida, y que hemos terminado resolviendo. ¿Qué porcentaje de ellos requirieron ir a parar al ministerio público? ¿Por qué insistimos en que ausencia de gobierno es ausencia de ley o de justicia? Si el ser humano no fuera capaz de resolver conflictos sin usar la coherción o la fuerza, simple y sencillamente no sería un animal social. Es nuestra naturaleza la que nos permite llegar a acuerdos y honrarlos, no una institución violenta que nos vigile. ¿Por qué insistimos en que sin gobierno las personas no pueden ponerse de acuerdo y resolver conflictos?